El desarrollo de un niño es normal si estando a su lado mientras crece y amándolo con todo el alma, día a día y minuto a minuto, se van sucediendo con verdadero placer y satisfacción.
Los límites propios de la educación, los horarios propios de su autorregulación, las cantidades de alimento que debe ir ingiriendo y los índices de peligrosidad que en torno al niño se van produciendo, son compartidos con él de forma agradable, simultáneamente con una participación serena y relajada por parte del niño, quien por pequeño que sea, nos irá indicando cuándo ha comido demasiado, cuándo te ganas de dormir, cuándo se te ganas de jugar, incluso cuando tiene la necesidad de cuidados especiales por enfermedad.
Son estas situaciones las que nos hacen sufrir realmente, pero de momento disponemos de recursos médicos y de muy buenos profesionales que pueden sacarnos de dudas.
El niño, día a día, va pidiendo las cosas que necesita con su capacidad de solicitar ayuda, ante sus nuevos descubrimientos diarios y necesidades afectivas y fisiológicas.
Cuando balbucea vemos que lentamente nos sientan con su mirada e intentando repetir lo que vamos diciendo o bien intentando darnos respuesta.
Cuando se empieza a mover, a girarse, poner en pie, a gatear, a desplazarse, a corretear…, el niño solicita la mano de ayuda exclusivamente cuando la necesita. Pero nunca antes, y si le damos la ayuda de forma precipitada sistemáticamente, el niño puede rechazarla, nos está diciendo que quiere tratar de hacerlo solo, que quiere y puede experimentar él y descubrir con sus recursos propios.
De lo contrario, le estamos impidiendo que sienta sus necesidades y deseos como propias, acostumbrándole a dar más significado a nuestra palabra y anticipación, lo que necesitaremos cuando tengamos que ponerle los límites, para que pueda entender cuándo hay un peligro desconocido para él (aviso nuestro y ayuda), distinto de cuándo debe poder experimentar y descubrir por su cuenta.
Es decir, que debemos estar muy activos ante la escucha de lo que el niño pide y necesita, en lugar de tomar nosotros las decisiones por ellos. Debemos aprender a escucharle.
Pero no sólo la escucha nos ayudará a entender al niño, sino también la mirada y la carcajada instintiva siempre amable y su gran satisfacción cada vez que consigue una conquista, nos contagia de su alegría detrás de la adquisición exitosa del momento. Esa alegría, no podemos interrumpirla ni evitarla, no somos nadie para segarla con nuestros problemas cuando el niño es muy pequeño.
Basta si nos reímos con él y él se sentirá bien acompañado, explicándonos a su manera sus grandes avances a base de repeticiones permanentes hasta confirmarse que lo que está haciendo le sale bien.
La simple reacción de seriedad de mamá o el no acompañamiento al niño ante sus expresiones, acciones o gestos, le cambiará la cara al ver que algo le está pasando al progenitor que no se ríe con él. Es muy fácil que entienda el gesto limitador o la indicación de que «esto no conviene que lo hagas» venida de la de mamá/papá/progenitor, propia de una situación que el pequeño debe aprender que puede ser peligrosa.
Más adelante, cuando tenga ideas propias que pueda expresar con la palabra, haremos de interlocutores y el niño sabrá encontrar los límites a nuestras palabras con un pequeño razonamiento sobre lo que está bien y lo que está mal, aspecto que debe haber podido integrar en su proceso normalizado del desarrollo armónico, con grandes dosis de satisfacción.
Porque la IN satisfacción, es cuando las cosas van mal.
No se trata de darle todo lo que pida, sino de razonarle lo que debe pedir para satisfacer sus necesidades y juegos. El niño puede entender la expresión y manifestación de los afectos y los límites, cuando está bien vinculado a las personas a las que más ama.
Cuando todo este funcionamiento no es armónico, algo va mal… Y algo hay que pensar y/o consultar… Porque las situaciones con las que se puede encontrar más adelante, requieren una seguridad personal intransferible, pero especialmente de una clara identificación sobre él, su persona, sujeto de acciones y decisiones futuras, sin simbiosis con sus progenitores, que pueda saber diferenciar dónde comienza y termina él/ella, como sujeto, y dónde comienzan y terminan sus queridos progenitores.
La tolerancia a la frustración que comporta ir aceptando límites, le preparará para enfrentarse a la vida en un futuro para poder situarse respecto a las pérdidas, que en función de los afectos que haya depositado en ellas, podrá llegar a sentirse las como “dulces” o pérdidas afectivamente muy importantes para el niño.