629918248 monterde@mdosm.es

Una flor es un ser, un perrito también, pero ¿qué tiene el nacimiento de un ser humano que hace que todas las neuronas de los familiares más próximos se revoloteen en una exaltación de alegría y entusiasmo, desapareciendo depresiones, situaciones de conflicto…, adversidades, cuando el ser humano deseado aparece en el seno de una familia?

El “antiguo milagro” (actualmente ya no lo es debido a los avances de la ciencia médica), de la naturaleza que consiste en crear, gestar, dar vida a una nuevo ser, permite creer en la vida, gozar de uno de los mayores privilegios que la vida nos ofrece: Hace rejuvenecer a los abuelos, madurar a los padres y dar sentido a la existencia.

Lo más difícil ya está hecho…, ya tenemos aquí al bebé. Poquito a poquito iremos vibrando a su ritmo, con su respiración, con su mirada, al darle el alimento observamos cómo fija sus ojitos en los nuestros. Descubrimos su llanto, su queja, su sonrisa, su sueño plácido y reconfortante que nos permitirá redescubrirlo cuando de nuevo vuelva a mostrarnos la necesidad de alimento, comunicación, de caricias, de contacto…

La inquietud y el suspense de los padres ante cualquier adversidad “reconocible”, consigue alterar todos y cada uno de los anclajes de la pareja y de la familia, hasta conseguir que de nuevo vuelva a estabilizarse, tras la gran experiencia adquirida y aprendida. Si el suceso vuelve a aparecer ya no será la primera vez, ya sabrán cómo actuar.

Pero ¿qué pasa cuando esa adversidad no se conoce?:

Cuando además se genera durante situaciones convulsas que la familia puede estar atravesando?:

Una enfermedad grave de algún pariente próximo que necesariamente altera la estabilidad de los padres e inevitablemente repercute en el nuevo ser.

Un cambio laboral que implica cambios de horario en la atención al bebé y hay que reorganizar las atenciones de manera distinta para el niño.

Un cambio de domicilio en el que el niño y los padres deben acomodarse nuevamente tras un tiempo de cambios, perdiendo muchos de los referentes anteriores…

La adaptación a estas nuevas circunstancias, hace que la relación estable y dinámica en el bebé que ya va creciendo se modifique, y a veces a trompicones.

Estos esfuerzos de adaptación a la nueva dinámica familiar pueden generar “adversidades irreconocibles” por parte de los padres en el curso estable de desarrollo del nuevo ser. Adversidades, de las que si el niño/a no se hace eco con sus quejas y/o forma de protestar con los medios de los que dispone, pueden pasar desapercibidas para los padres con importantes consecuencias, que iremos viendo a lo largo de estos artículos.

Las manifestaciones por parte del niño ante situaciones de displacer, de carencias de relación, de insatisfacciones que progresivamente puede ir mostrando, fundamentalmente a partir del llanto o de pequeños síntomas físicos, puede ser la forma de manifestar sus quejas.

El desarrollo del niño se va produciendo a través de sus expresiones interactivas con sus figuras de protección más próximas, de tal manera que para que el niño vaya creciendo, es necesario que reconozca y permanezcan en él, en sus pequeños engramas de memoria, aquellas la figura/s de apego más próximas: sus sabores, sus olores, los sonidos, canto, voz…, la forma de cogerlo, tocarlo, masajearle, hablarle, acurrucarlo…

Pero la gran incógnita es si los adultos padres, progenitores, conocemos a ese ser que va creciendo, si sabemos cómo nos vive, cómo nos concibe. Si podemos vislumbrar la forma que tiene de incorporarnos en su mundo interno, en su capacidad de reconocer y aprehender aquello que le ofrecemos. ¿De qué manera puede vivir las alteraciones repentinas en los hábitos, en sus relaciones con los progenitores?.

Dada la imposibilidad de evitar tales adversidades, la mayoría de las veces involuntarias a los padres, debemos afinar un poquito y entender lo más importante para el ser que se va desarrollando. Las circunstancias que a nosotros, los adultos nos afectan, queda claro que las reconocemos, y que nuestro reconocimiento no coincide con el del “ser-bebé”. Lo verdaderamente traumático para él es la falta de una sintonía idónea tal como se venía produciendo, entre el niño/a y sus principales referentes. Es decir, cuando estos no presentan la respuesta adecuada frente la situación traumática que se está generando ya sea porque les pase desapercibidas o por desconocimiento. Cuando estos no presentan la respuesta adecuada al niño acompañándolo ante la/s situación/es de ruptura que se van sucediendo, estamos favoreciendo un estado de incomunicación traumática.

“La nutrición afectiva tóxica es traumática y las fusiones de trauma y nutrición marcan toda nuestra vida, donde una dificultad es sentir lo tóxico como nutrición, que también va mezclado con amor”. (Eigen-Joan Coderch 2014).

También cuando los cuidados y el amor que el niño recibe van unidos a violencia o sentimiento de vacío, odio, energías negativas…, aparecen las “toxinas emocionales”, que invaden y confunden los más serenos y confiados vínculos comunicativos.

Conviene dirigir nuestra vigilancia a cómo el niño/a se expresa, se entretiene y se relaciona, fruto de su manera de vivir nuestras manifestaciones afectivas y cuidados hacia él, ante las perturbaciones que inevitablemente tenga que ir descubriendo a lo largo de toda su maduración, con el fin de que la frustración de las necesidades físicas y/o emocionales, o la pérdida o cambios en sus relaciones afectivas, aquellas que le infunden confianza y seguridad, pueda seguir encontrándolas y reconociéndoles de la misma manera que ocurría antes de las adversidades, y puedan seguir serenando sus momentos de desconcierto y angustia.