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Un elemento desestabilizador del niño sano puede producirse siempre cuando haya un cambio en la vida serena y estable del niño y ese cambio, a pesar de la apariencia de gran satisfacción para él y su familia, puede ser vivido con sufrimiento. Un típico cambio desestabilizador “lleno de satisfacción” puede ser por ejemplo, la llegada de un nuevo hermanito al núcleo familiar, o la nueva y estimulante presencia de un primo lejano que debe convivir en casa con nosotros, por ejemplo .

El equilibrio armónico de las relaciones, debe reajustarse creando un nuevo espacio a la personita, la cual, a partir de ahora compartirá nuestro hogar, y tal vez nuestra habitación y, más tarde nuestros juguetes tendrán que ser compartidas, y… (ya desde el principio ) “me ha sacado tiempo de juego con mamá y/o con papá…, y me despierta por las noches y no me deja dormir…, y no podemos salir a pasear porque se ha puesto enfermo/a…, y yo no puedo montar en bicicleta con papá ni con mamá como antes, porque todavía es pequeño y no puede caminar.

Es posible que se le altere el carácter, que esté mucho más tiempo malhumorado por el esfuerzo de mantenerse contrariado por las actividades que antes hacía y es posible que se muestre más agresivo, hurio y en el peor de los casos quiera incluso llegar a dañar al nuevo miembro de la familia, como medio de expresión de su incapacidad para tolerar las pérdidas de satisfacción de las que ha venido disfrutando hasta entonces.

Estas reacciones agresivas, suelen ser mal llevadas por los padres, quienes dedican casi toda su atención al nuevo miembro de la familia totalmente dependiente (en este caso el bebé), quien necesita de todos los cuidados de día y de noche, al igual que el hermanito mayor tuvo su día, pero que ahora no recuerda ni puede identificar.

Cuando los padres intentan corregir esta agresividad y queja por parte del niño mayor con una reacción simétrica a la suya, es decir igual a la manifestación externa del niño, nos ponemos a su altura y actuamos como él. El niño no entiende nada y lejos de mejorar la relación, se puede desestabilizar aún mucho más, porque entonces sí que el niño “puede vivir” que los padres le castigan, se enfadan con él, y en el peor de los casos le pican porque él ha picado en el niño pequeño.

El mundo interno del niño, va pasando de una rica y alegre benevolencia compartida por los padres, a una situación de dolor emocional, tristeza, rabia, malos y agresivas a ratos, generándose internamente un malestar oscuro, que se manifiesta con mal humor, indignación, generando un círculo difícil de romper, debido a que el niño ha empezado a «sentirse» desplazado del centro de atención de ambos padres, y relegado a un segundo plano con desacierto en el tipo de vínculos, antes muy positivos y ahora muy des estructurantes y desagradables. Ahora no hay buenos ratos, ni alegría. Y en algún momento de tranquilidad el niño mayor intenta llamar la atención todo lo posible, aprovechando estos ratitos para llenarse de toda la “falta” que siente de papas después de tantos días… Poco a poco la nueva situación se va estabilizando, los hábitos van conformando el día a día, y los papas, deben intentar entender al niño no por su expresión externa, por cómo se comporta y lo que dice, sino por el motivo por el que él se manifiesta de este modo. Si el niño reacciona de manera agresiva y los papas con la mejor intención le responden por igual, el niño se siente rechazado profundamente y también los padres van a sentir que lo que hacen para ayudar al niño se convierte en un revulsivo que genera una mayor agresividad aún, con lo que su intervención es absolutamente ineficaz. La pequeña o gran reflexión de los papas pasa por el «sentir» del niño, por su sufrimiento y por la nueva necesidad que muestra de queja y de protesta: «¿Qué hemos cambiado para que se sienta tan mal?» Si pensáramos simplemente una vez más el por qué de las reacciones del niño, seguramente no actuaríamos de una manera tan radicalmente descalificadora.

Los papas no entienden nada, y se sienten desbordados por el niño, con quien cada vez es más difícil poder restablecer la paz perdida. En algunos casos el niño puede llegar a generar enfermedades, empezando por las digestivas, o bien oposición a la comida, o bien puede despertarse por la noche con pesadillas o inquietud…

O bien según cómo vaya la relación, se produzcan pequeñas oscilaciones en su proceso de madurez sensorial, afectando al cuerpo, tales como pequeños enfriamientos que puedan llegar a convertirse en tapones en los oídos o síntomas de falta de claridad en escucha que puede llegar a ser más perturbadora cuando más violenta sea la relación y pase más desapercibida por los padres como síntoma de dificultad de comprensión y escucha entre ellos.

Según la edad, alrededor de los 3-4 años donde la madurez del cerebro todavía no se ha completado, en ciertos momentos puede quedar ligeramente afectada debido a los impactos emocionales vividos y los bucles de oposición que pueden llegar a generarse entre padres y niño, difícil de romper.

Lo más peligroso, es que los padres pierdan la confianza de poder entender al niño de nuevo como antes, y que ese círculo de dolor emocional no pueda ser entendido. Es recomendable escuchar al niño, que pueda expresar lo que siente y lo que no tolera, aunque sea algo doloroso para los padres, pueda expresar sus quejas, las cuales, por difícil que parezca, se puede ir reconduciendo con el deseo y la aproximación de los padres, espacio perdido de antes del cambio, pero que lentamente debe volver a recuperarse con la experiencia y el aprendizaje de lo ocurrido.