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En este segundo artículo sobre el apego, quisiera hacer mención de algunas constataciones respecto a las consecuencias del apego INSEGUR cuando ya los niños/as han crecido unos años, y reflexionar sobre las posibles implicaciones en la adopción.

Según John Bowlby, el apego inseguro (1978) puede ser un factor de riesgo determinante de una conducta antisocial durante la infancia, y nos explica que mientras un niño normal casi con toda certeza se acercará a la madre en las ocasiones en las que se encuentra enfermo, con dolor, fatigado o con hambre, no lo hará un niño que se ha desapegado de ella como consecuencia de una larga depravación de la atención materna.

Su teoría defiende varios postulados básicos de los que rescato dos:

  • Cuando un individuo confía en encontrarse con la presencia o apoyo de la figura de apego siempre que la necesite, será mucho menos propenso a experimentar miedos intensos o crónicos que otra persona que no tenga tal grado de confianza. 
  • La confianza se va adquiriendo paulatinamente durante los años de inmadurez y tiende a subsistir por el resto de la vida. Bowlbi nos habla de la existencia de dos modelos del “sí mismo”:
  • Sí mismo digno de amor y atención.
  • Sí mismo no digno de amor y atención.

Y de dos modelos «del otro»:

  • Los demás son vistos como disponibles y protectores.
  • Los demás son poco confiables y rechazables.

Eulalia Ruiz (2017), nos habla de una investigación realizada en 2011 por Magaz y otros, con una muestra de 600 adolescentes de entre 13 y 16 años, que permite obtener puntuaciones para los 4 tipos de apego según los componentes de los modelos operativos internos identificados:

  • El apego seguro que presenta una idea positiva de sí mismo y de los demás.
  • El apego preocupado muestra una idea negativa de sí mismo y positiva de los demás, y deseo de mucha proximidad y temor al abandono.
  • El apego evitativo tiene una idea positiva de sí mismo y negativa de los demás, y:
  • El apego evitativo -temeroso con una idea negativa tanto de sí mismo como de los demás, con miedo y deseo de proximidad.

También, se elaboró ​​un cuestionario para la evaluación del acoso entre iguales, en las formas de maltrato verbal, exclusión social directa, amenaza, ciberbullyng, exclusión social indirecta, agresión basada en objetos y maltrato físico. En los resultados se constató que los distintos tipos de acoso entre iguales correlacionaban de forma consistente con el apego miedoso/preocupado y éste resultó significativo en la predicción del acoso. En otros estudios citados en este trabajo se ha asociado el apego evitativo con las conductas de acosador.

Winnicott (2005) observó que en muchas ocasiones la reacción agresiva era producto de la frustración, del miedo y de la carencia afectiva, considerando la agresividad como energía propia de la naturaleza humana. De sus estudios se deriva que la deprivación afectiva y/o pérdidas afectivas sufridas desde los primeros meses hasta aproximadamente los dos años, tienen consecuencias que pueden ser graves para las futuras relaciones sociales y que la grave de privación afectiva podría comportar personalidades antisociales y violentas. Los niños que no hayan podido tener una contención afectiva adecuada podrán tener dificultades en la canalización de los impulsos agresivos.

Contención significa poder compartir su dolor sin desesperación por nuestra parte, dándole tiempo a que pueda expresar su disgusto, su ira, su cólera, manteniendo nuestro lugar de serenidad y confiando en él/ella hasta que pueda volver a organizar su sentir, tolerándose ese momento de sufrimiento. Contener significa “estar”, acompañar.

Si nos centramos en nuestros niños/as adoptados , podemos observar que cada niño/a lleva su ritmo y adecuación a cada una de las familias donde se integrará adaptándose a la propia idiosincrasia familiar, con sus costumbres y micro- cultura, con sus pautas de intercambio y modelos de interacción, en muchas ocasiones en un tiempo récord afortunadamente.

También depende de la edad en la que nosotros nos hagamos cargo de ellos/as, ya que aunque intentamos iniciar con nuestras mejores intenciones un apego seguro, su desarrollo y experiencias en la relación 2establecida hasta este momento será definitoria de las dificultades que podamos encontrar para iniciar una confianza básica. Si además debemos añadir algún trastorno neurológico, el problema se complica mucho más. Pero lo que es importante aquí, es poder entender el estilo de crianza que ha tenido anteses de que llegaron a nuestras manos y acompañarles con paciencia y mucho cariño en este proceso de maternaje incipiente a través del cual, tanto ellos como nosotros nos redescubrimos.

Carmen Amorós (1999), nos habla de qué hay niños/as que no pueden exteriorizar el dolor por la pérdida. Es tan insoportable que no pueden tolerar la tristeza y la transforman en rabia. Pero la identificación con el estado de abandono queda muy interiorizada. Quienes se relacionan con él/ella creen que no les ha afectado ni perjudicado.

Con la terquedad, a la vez, se engañan creyendo que si ellos controlan y mandan en las relaciones, su vida no cambiará si ellos no quieren. Hay niños que se comportan mal para no ser queridos y no sufrir. Sólo cuando los padres adoptivos soportan esa oposición, pueden mejorar. En ocasiones conviene olvidarse de cómo debe ser un niño y aceptar sus características de momento.

Otros menores pudiendo malencolizarse: «soy basura», «soy un mal hijo» «nadie me quiere»… Otros pueden proyectar su autodesvalorización en los padres adoptivos: «sois malos», «sois incapaces » (expresión de que los padres adoptivos pueden vivir como un ataque a la infertilidad), o bien «me han robado». Hay niños con una predisposición congénita a la destructividad, lo que les pone más difícil la elaboración del duelo. Con una cantidad importante de resentimiento que no permite perdonar ni olvidar. Cuando no olvidan un exceso de destructividad interna y de rencor, se les hace muy difícil perdonar, y como consecuencia, abrirse a nuevas experiencias afectivas.

Perdonar libera y desde esa situación interna es cómo va a poder «adoptar a los nuevos padres» (R. Grinberg).

Cuanto mejor puedan reunir dentro de ellos en su área mental, estas experiencias y los dos mundos -el biológico y el de acogida-, más firme será su personalidad y más fuerte se expresará su identidad.

La identidad es un proceso que se inicia desde antes del nacimiento y se prolonga más allá de la muerte en tanto que sobrevive a la mente de los demás. 3I sigue explicándonos Carmen Amorós, que se trata de desarrollar un sentimiento de “mismidad”: reconocerse, que es la misma persona, lo mismo que nació en “X lugar”, que estuvo en un orfanato o con la familia A y B, pero él es el mismo que fue de bebé, de la escuela, de adolescente… es la misma persona: que pueda unir lo que fue, lo que es y lo que será. Desde allí lo importante es que los padres adoptivos y los profesionales no les induzcan ni obliguen a realizar recortes en su historia, a romper con el pasado.

El borroso y cuenta nueva de algunos de nuestros menores o de algunos cuidadores suyos es un ataque a la identidad. Hay que ayudar para que los niños adoptados o acogidos no acaben en orfandad psíquica en la familia, que es lo que ocurre cuando únicamente están atendidas sus necesidades materiales.

A los adultos, en ocasiones, les resulta difícil conectar con los sentimientos de tristeza, rabia, pena, incertidumbre del niño que ha sufrido abandono. Esto puede favorecer que el menor no lo exprese y lo reprima, o bien que lo comunique reactivamente a través de trastornos de conducta, de hiperactividad, de inhibiciones de aprendizaje, de inhibiciones de lenguaje… o alejándolo se de la necesidad de establecer vínculos.

Pero no olvidemos, que a pesar de la edad que tengan, tal y como dice Carme Amorós, en las situaciones de desamparo, acogimiento y adopción está por encima de todo la necesidad de un acompañamiento a los sentimientos del niño y la familia durante estos procesos . Un menor en desamparo no tiene por objetivo satisfacer un deseo adulto de parentalidad. Su objetivo, o mejor, su NECESIDAD es la de ser AMPARADO, y fíjense en que no digo adoptado, ya que no toda adopción ampara.

Amparar, en un sentido profundo supone, como punto de partida básico, sentir el desamparo con el desamparado, las vivencias internas del desamparado, conectar con los sentimientos y emociones que se desprenden del desamparo. Se trata de amparar la realidad psíquica. En definitiva, supone dialogar con el desamparo y sus efectos, con las emociones y sentimientos del menor en esta situación, partiendo del no saber, del no conocer, para llegar a saber, a entender.

El sentimiento de ser amparado se va incorporando, (introyectante), y es lo que hará que más tarde pueda él, a su vez, amparar a otros oa sí mismo, quien obtenga la capacidad de cuidarse. Para que un niño sepa respetar, tolerar, cuidar, cuidarse, debe sentirse respetado, tolerado y cuidado.

Si los adultos no entienden los sentimientos del menor, es difícil que les puedan dar amparo. Si las cosas no le van bien al niño en las próximas vinculaciones, acabará convenciéndose de que no es merecedor de ser amado.