Las conductas de los niños/as durante la acceso forman parte de la adaptación que realizan al mundo que les ofrecemos. Se redescubren a través de su propia madurez neurobiológica y de la apertura al mundo social: de su propia identidad, de su sexualidad, a través del trato que dan a su propio cuerpo respecto a la alimentación ya las actividades físicas , cómo organizan su proyecto de estudios, sus relaciones sociales en su realidad a través de las redes sociales y del mundo virtual, los diferentes consumos…, un mundo deseado por ellos pero también temido y especialmente desconocido, al que irremediablemente deben poder acceder.
Aberasturi (2002), nos explica que para realizar estos tanteos es necesario dar libertad, y disponemos de dos caminos: dar una libertad sin límites, que es lo mismo que abandonar a su hijo/a; o dar una libertad con límites, que impone la atención, cautela, observación, contacto afectivo permanente, diálogo…, para ir siguiendo paso a paso la evolución de las necesidades y cambios al hijo/a. (Conviene recordar aquí los plazos del apego seguro ya mencionado en otros artículos de esta revista).
Y continúa Aberasturi: (2002), Toda adolescencia comporta, además del sello individual, el sello del medio cultural, social e histórico desde el que se manifiesta. Y el mundo en el que vivimos nos exige más que nunca la búsqueda del ejercicio de la libertad sin recurrir a la violencia para coartarla.
María M. Casullo y Alejandro Castro Solano (2001), investigaron sobre “Patrones de personalidad, síndromes clínicos y bienestar psicológico a los adolescentes” y , y opinan que una persona tiene un Alto Bienestar Psicológico si experimenta satisfacción con su vida, si el su estado anímico es bueno (afectos positivos) y sólo ocasionalmente experimenta emociones poco agradables como tristeza, rabia, inhibiciones (afectos negativos).
La percepción del “Bienestar Psicológico” (BP) puede ser considerada como el componente cognitivo de la satisfacción vital ya que implica valoraciones que las personas hacen respecto a cómo les ha ido o cómo los está yendo durante el transcurso de sus vidas.
Bernstein (1996) explica que muchas alteraciones emocionales de la infancia cristalizan durante la adolescencia convirtiéndose en características disfuncionales estables de personalidad.
1Y las conductas de “Alt Riesc” (AR), estarían más próximas a las “Conductas Patológicas”. Tradicionalmente, se ha definido a los adolescentes en riesgo en función de determinadas variables sociodemográficas, personales o familiares, como la pertinencia a un grupo de bajo nivel sociocultural o de bajo nivel educativo. Y según el dr. Josep Toro (2012), son un conjunto de comportamientos cuyas consecuencias pueden ser perjudiciales para la salud física o mental.
María M. Casullo y Alejandro Castro Solano (2001), dirigiendo su análisis desde la percepción subjetiva que tienen los adolescentes en seis dimensiones: aceptación de sí mismo, relaciones positivas con los demás, autonomía, control del medio ambiente, construcción del proyecto de vida crecimiento personal. Se proponen discriminar entre los comportamientos, emociones y vivencias subjetivas que son expresión de crecimiento y cambio, de quienes implican disfunción y/o patología.
Algunos resultados son los siguientes:
La satisfacción y el BP se caracterizan por ser indicadores de un buen funcionamiento mental. El bienestar subjetivo es el equivalente psicológico en el concepto de “bienestar en salud física”.
Se pudo constatar que los considerados AR tienen menor nivel de BP en cada una de las dimensiones estudiadas: menor control de las situaciones, menor aceptación de sí mismos, mayor ausencia de proyectos y dificultad para establecer vínculos interpersonales.
Estar informa de los riesgos no significa que siempre se actúe teniendo en cuenta esa información.
Las Conductas de AR surgen como una solución transitoria aparente frente a la existencia de altos porcentajes de adolescentes con problemas emocionales de gravedad. Muestran un patrón de personalidad más desajustado.
Presentan alteraciones psicopatológicas tanto de tipos internos (introvertido, inhibido, triste y autodestructivo) como externos (indisciplinado, sádico, oposicionista). Sus perfiles muestran trastornos internos graves así como bajo control de los impulsos.
Las preocupaciones más frecuentes están relacionadas con la autoimagen y la autopercepción (difusión de identidad, autodesvalorización, desaprobación 2corporal), con la calidad de los vínculos con los iguales y con la familia (inseguridad social y discordia familiar) y el abuso infantil.
Los varones eran más propensos a presentar trastornos impulsivos y las mujeres trastornos internos leves.
Los AR informan sobre la existencia de dificultades para la gestión de los asuntos de la vida diaria, parecen no darse cuenta de las oportunidades que el medio les presenta y consideran que no pueden modificar su ambiente.
Los datos analizados en el presente trabajo, en términos generales, muestran que el BP está asociado a la ausencia de síntomas, síndromes o patrones de personalidad con significación clínica. Sin embargo, es importante tener presente que estos mismos datos están indicando que los adolescentes que no presentan riesgo psicopatológico o que tienen puntuaciones altas en BP son mucho más individualistas, tienden a buscar protección y ayuda mediante el uso de estrategias que suponen manipulación (dramatizan) y seducción. Se reconocen más conformistas y tienden a mostrar mayor insensibilidad social.
En términos generales las dimensiones del BP que más se diferencian entre los adolescentes AR de los BR son el control de situaciones y la existencia y la elaboración de proyectos de vida.