LA BELLEZA DE LA ADOLESCENCIA
La adolescencia de nuestros hijos/as puede ser un periodo precioso si conseguimos entender y disfrutar este proceso de desarrollo y transformación por el que todos hemos pasado, que consiste en dejar la niñez preparándonos para entrar en la etapa adulta.
El mundo se abre ante ellas/ellos, los conocimientos que hasta ahora han ido integrando en su formación teórica y simbólica ahora toman una dimensión real, cotidiana, la comprensión geográfica les acerca al interés por sus habitantes, se interesan por las artes, las guerras, las injusticias, por los acontecimientos políticos, sociales…, por sus vecinos, sus compañeros…
Es un periodo convulso, pero extraordinario, donde se pone en tela de juicio todo su saber, ejercitándolo de manera compulsiva, presionado por sus incontenibles hormonas que se van redescubriendo poco a poco en su cuerpo con facciones nuevas, con un vello, voz y madurez corporal que en principio les puede estorbar, pero luego, no tienen más remedio que adoptar, adaptarse e ir aceptándolo en ese nuevo espacio interno que les envuelve y que los acompañará durante toda su vida.
Ante el esfuerzo de tolerancia, pueden reaparecer todos los cabos sueltos y reflejos de su pequeña infancia que necesitan tener bien entendidos, ordenados e integrados de forma satisfactoria y plena, para poder aceptar su desarrollo. Aquí deben estar en paz consigo mismas/os y sentirse queridas/os y queribles.
La palabra adolescencia, vine de “adolecer”: “dolor…padecer”. Disponen de un espacio/tiempo indefinido para ir jugando con sus contradicciones y necesidades: tienen edad para hacer todo lo que les apetece y sin límite de tiempo: “ya son mayores”, pero no la tienen para asumir determinado tipo de responsabilidades: “porque no les pertenece, aún son menores”.
Aparece la atracción por el sexo opuesto y también nuestros miedos verdaderos, ante el estupor de observar que llega el momento en que nos tengamos que hacer a la idea de que su vida les pertenece a ellas/ellos y ya no a nosotros. Este es un verdadero duelo que los papás tendremos que aprender a hacer con mucho dolor, dolor nuestro e interno, que no podemos confundir con nuestra autoridad rechazada por ellos en un momento dado, o con sus gustos que no compartimos.
Nuestra resignación ante su mayoría de edad, es verdaderamente la duda ante nuestra función de padres y muchas veces, no la sabemos encajar convirtiéndola en una intolerancia hacia todo lo que viene de ella/el… (Ojo, aquí el problema es nuestro, no suyo, también estamos en una etapa de cambio y proceso de adaptación – nos hacen /nos hacemos mayores-, y tendemos a evaluar nuestro trabajo como padres de forma prematura).
La imagen externa es su carta de presentación ante sus iguales, el grupo de su edad indispensable refugio de comunicación, en que, integrando la diferencia de sexos que empieza a tomar entidad y aceptación, pasa a ser su referente. Observan que pueden comunicarse de forma más fluida que con los padres (en este momento), porque les pasa exactamente lo mismo que a todos sus amigos, con quienes se expresan con mucha más libertad.
Mientras se van encontrando cómodos en su desarrollado cuerpo, las quejas y protestas aparecen en casa como “teatro de ensayo”, para más tarde, poder ejercitar fuera del hogar sus ideas, expresiones y convicciones con las que se muestran en el hogar.
Son capaces de provocarnos, ensayando a “asustar” -de la misma manera que ellas/ellos lo están-, mostrándonos nuestro espejo en aquellos aspectos más hirientes o más reconciliadores.
Ponen en tela de juicio todos nuestros modelos y los reproducen, en ocasiones no consentimos vernos reflejados en ellos en facetas que no nos gustan, pero también han integrado los aspectos positivos, esos que no nos molestan y han dado conformidad a su existencia: rasgos de carácter, forma de reflexionar, responsabilidades, ocio, diversiones…, pero a estas no le damos ninguna importancia ni los valoramos positivamente.
Es por eso que los papás debemos tener un mínimo conocimiento sobre el desarrollo de esta época, para darles un poco de cancha, porque si hay algo seguro, es que el niño-niña en esta edad, se está formando, (su carácter no es el definitivo), y que para ellos aún, todo es “un juego” en el que están actuando y ensayando.
Los papás, deberíamos aprender a entender su “idioma”, a estar a su altura, porque si algo hay de verdad en su comportamiento, es que “siempre están de broma”, riendo por cualquier cosa no parecen poder tomarse nada en serio en su infinita felicidad.
Y aquí sí que debiéramos preocuparnos cuando de manera prolongada y casi crónica observásemos que su alegría, sonrisa, estado de buen humor desaparecen de su semblante. Este sería un síntoma de preocupación, y aquí sí se debiera consultar a profesionales, ya sean problemas sociales con sus compañeros/as que no acaba de congeniar…, pequeños rechazos que pueda tener…, las notas que no le satisfacen temiendo no podernos complacer…, unos ocios que no pueden compartir… Cualquier cosa que para nosotros pueda ser insignificante, para ellas/ellos pueden tener mucha importancia…
Si pudiéramos meternos un poquito en su piel y entender el tono de provocación que utilizan, rápidamente desmontable con sentido del humor y buena argumentación, sin dramatizar y dándoles un espacio a su indispensable necesidad de mostrar su personalidad, -que en ellos se está ejercitando para el día de mañana-, entenderíamos que lo que necesitan son unos padres que les propongan límites claros, pero comprensivos ante sus excentricidades y que siempre, cualquier enfrentamiento fuera susceptible de acabar con unas risas bien encajadas, especialmente al entender lo que en ese momento les preocupa visceralmente y se hace imprescindible resolver “YA” para ayer.
La adolescencia es una etapa muy bella cuando la podemos entender y acompañar y compartir.